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Las lágrimas

miércoles, diciembre 31, 2008


Hace cuatro días empezó mi nueva vida echándote de menos. Sé que eso no terminará.

Ahora estás segura dentro de mí.

Violencia gratuita

martes, diciembre 02, 2008

Siento el pesado gotear, lento, de la noche tras los cristales. A ratos apago la luz, y finos hilillos naranjas destripan un hada luminosa, inesperadamente bella, sobre la pared cubierta de posters y fotografías. Por la habitación hay esparcidos papeles, plumas, ropa, lápices con la punta rota. Un viejo semáforo en rojo, colgado burdamente de un alambre en medio de la calle, es el único testigo de mi condena nocturna a la vigilia en medio de la nada. Se diría que nos hacemos gestos. Él me guiña intermitente, yo respondo desde la ventana con párpados perezosos, nostálgicos de ciertos componentes de mi botiquín.

El tabaco toca el arpa sin piedad en mi garganta y bebo agua, me palpo la frente: ardiente, humana, ajena. Fiebre. Robert Smith me taladra la oreja, reproduciendo el misterioso ritmo de esa desesperación que los insomnes conocemos tan bien, ese martilleo que golpea confusamente creciendo y desarrollándose con la delicadeza de una mortal ojera, después de toda la degeneración televisiva (aparatos para alargar el pene, cierto aire lascivo en las imágenes de musculatura yanki sometida a impulsos eléctricos) que impera en el horario de madrugada. Aquí y allá todo es vil, putrefacto, sucio. Saldos. Pornografía barata de carne y de consumo, malos actores que gritan repitiendo una y otra vez el mismo sinsentido, la cargante cantinela cíclica de todas las noches, agujeros, más y más agujeros negros rebosantes de basura, dentro de otro agujero negro más enorme y supurante todavía, que une inexorablemente el fondo de mi cabeza con el espesor rotundo y milimétricamente calculado del universo, que es frío, limpio y oscuro allá fuera, demasiado lejos. Mi corazón está latiendo pero no importa: Oh, cuchillos que cortan la carne congelada como si fuera mantequilla, oh, camas que se hinchan en un minuto, oh, rubias de bote practicando felaciones sobre colchones viejos de muelles que chirrían, en canales locales donde la actividad lamentable de los solitarios despliega su contundencia a través del sms en pantalla. Gente hambrienta cuyos corazones también laten ,esperando una salvación liviana e inmediata, o la divinidad infalible, es decir, sexo, es decir, engañarse mediante las esperanzas de sexo.Y a pesar de mi cansancio contribuyo con mi granito de arena (mi televisor encendido en la penumbra) a la grandiosa sinfonía de insensateces, de avalancha comercial y de asfixia genital. El cóctel ideal para el embotamiento de los sentidos – y los mejores orgasmos de las pornstars en tu móvil- están a mi alcance aunque intente escapar de ellos, y mi cuerpo quieto, soportando una estabilidad soez de animal disecado, se mantiene impávido mientras una terrible reacción bioquímica de interiores amenaza con empeorar la madrugada. Y poco a poco, mientras amoratados órganos en primerísimo plano entran bajo presión, el locutor llega a la culminación de su oferta, la rubia de bote grita cerrando los ojos en éxtasis, y es la apoteosis: Todos eyaculan a un tiempo, ofertan otro aparato de abdominales y son bendecidos por la mano amable del vidente, cada uno en su canal correspondiente pero a la vez, confundidos en un miasma repugnante de residuos hacinados y refritos para un dudoso reciclaje. Yo espero el sueño con dignidad, en comparación y en pijama, con las manos heladas. Todo es perfecto, sospechosamente cómodo, insistentemente rápido y fácil. Con otra eternidad gratis por la compra de una en las próximas 72 horas, la noche nunca tuvo tantas posibilidades.