Teléfonos
miércoles, agosto 20, 2008
Para los no iniciados, la definición oficial del Teléfono de la esperanza sería algo así como: número de asistencia psicológica que se encuentra disponible durante las 24 horas. La genial paradoja es que su principal característica es que, después de estar un buen rato dudando si llamar, cuando por fin te decides y lo haces, jamás contesta nadie. Eso ya es bastante malo, pero resulta incluso peor si, por una inesperada alineación de planetas, se da el caso contrario. A tus propios sinsabores se añade otro más, y de peso: el de estar interponiéndote entre alguien y la salvación. Imaginas, por ejemplo, a un pobre tipo mirando al vacío, apoyado en la barandilla del balcón, o a una mujer con un bote de pastillas en una mano y el teléfono en la otra, como Marilyn Monroe. Imaginas su dolor, porque lo sientes cercano y ardiente en alguna parte, ahí, por la entraña. Te sientes mucho peor cuando el voluntario, desde el otro lado, te pregunta qué te pasa. Porque tú jamás sabes por qué has llamado realmente. Tú te arañas las manos y recuerdas todas las veces que has dicho o te han dicho no esta noche , los correos que no te han escrito, el cariño que diste por supuesto en algún espíritu inocente, que por otro lado te había invitado a cenar. Tú lo que quieres es que alguien te consuele, simplemente. Escuchar una voz que pertenece a un ser humano real, que está ahí y existe, y a pesar de ello es capaz de dirigirte unas palabras y dedicarte su precioso tiempo real a ti, que no existes. Así que tratas de olvidar a los suicidas a los que has arrebatado el puesto de honor y escupes las quejas y los lloros al mismo tiempo, y mezclas recuerdos y sensaciones y pensamientos de una forma totalmente sincera y - esto no te lo esperabas- literariamente atractiva. ¿Y qué es lo que encuentras después de semejante esfuerzo mental y emocional? Que el tipo al aparato te contesta como si fuera un robot. Exactamente igual que un maldito libro de autoayuda. Y no te da pena por ti, porque tú no eres una segunda Marilyn Monroe, tú no tienes ningún talento que desperdiciar, ninguna brillante vida que apagar como si fueran las velas de tu póstuma tarta de cumpleaños. Qué más da, si tú no existes, si te bebes las horas delante de una pantalla, si has olvidado en qué consiste ese acto tan entrañable que llaman abrazo.
¿Pero qué pasa con los que sí , con los que existen? ¿Les sirve de algo a los desesperados una teoría, una objetiva definición de depresión, ansiedad, tristeza o lo que diablos sea? No. Ellos lo que desean, lo que deseamos todos, es que nos cuenten un cuento, nos den las buenas noches, nos acunen con tonos dulces y sencillos y nos digan: “todo va a salir bien, duerme, no hagas tonterías, te quiero, nada merece tus lágrimas”.
